En las calles de Tánger, Alia se siente observada. Su presencia suscita turbación, aunque ella no comprende por qué: la desnudan con la mirada, la siguen, la insultan. Entonces, en la ilusoria intimidad de su cuarto, tratando de comprender qué ven los hombres, comienza a hacerse fotos. Posa, se acuesta, arquea la espalda, y poco a poco esas sesiones fotográficas se convierten en un ritual.
Alia empieza a pasar tiempo con Quentin, un francés de su instituto. Junto a él, descubre un mundo de privilegios, de liviandad, pero también una libertad que se revela muy frágil. Cuando sus fotos se publican en internet, Alia se ve obligada a huir de su país para evitar ser acusada de ofensa a la moral. Sin saber si algún día podrá regresar a Tánger, se instala en Lyon, donde por fin se siente a salvo. Hasta que
su pasado la acaba encontrando.