La demolición de los derechos de los trabajadores se observa en el lenguaje de la economía on demand: no trabajas para, sino que colaboras con; no te despiden, te desconectas; no te controlan, te valoran. Nos hemos convertido en pilas que fabrican datos, braceros de la información, jornaleros del consumo. Vivimos la servidumbre cotidiana como si fuera una actividad liberadora. La vida y el trabajo se integran, no se concilian, y las relaciones sociales capitalistas colapsan las arterias sociales con ese colesterol llamado «mercancía». Si todo depende de lo que pasa, nos convertimos en esclavos de la coyuntura, siempre disponibles por lo que pueda llegar a pasar en un mundo donde nos acaba pasando de todo. Este es el laberinto que tenemos que resolver: el tránsito que va del «no tengo tiempo» a la sociedad del tiempo garantizado.