En el año 1697 tuvo lugar en la biblioteca de Saint-James una batalla épica, memorable: los
libros antiguos se enfrentaron a los modernos para dilucidar de una vez por todas la hegemonía histórica.
¿Platón o Descartes? ¿Aristóteles o Hobbes? ¿Píndaro o Dryden? Lomos ensillados, espada en mano,
capitulares afiladas, la Querella estaba servida.
Jonathan Swift, autor de títulos universales como Los viajes de Gulliver, y considerado una de las mentes
más brillantes de su época, nos ofrece con La batalla entre los libros antiguos y modernos «una exhibición
portentosa de su gracia para la mala uva satírica, y un despliegue de estilo descomunal», tal como nos dice
Nadal Suau en el prólogo. Un clásico a todas luces muy moderno, una disputa atemporal.
«La sátira es una clase de espejo en que quienes se miran ven reflejado el rostro de todos,
menos el suyo; esta es la razón principal por la que halla tan favorable acogida en el mundo,
y la razón por la que tan pocos se muestran ofendidos con ella.»
Jonathan Swift