Aquí va en letras de molde la historia de una mujer que se incluye a sí misma entre los misfit, los inadaptados. Desde la primera página nos sumerge en el ritmo de su voz poderosa, descarnada y poética a la vez.
Tienes la sensación de que el dolor es algo pegado a su piel, una sustancia adherente y abrasiva de la que se consigue desprenderse a base de largos en la piscina y de rituales sexuales. Y de literatura. Como ese otro gran libro del exceso, Lagunas, de Sara Hepola, Yuknavitch se acerca a un género que podríamos llamar confesional, destrozando los filtros del decoro autoficcional. Si historia es terrible y su escritura es terriblemente buena.